El secreto de las historias más fascinantes es que nunca dejan de sorprender. Empiezan como páginas escritas y luego toman una nueva vida y se convierten en películas, o en dibujos animados. Cuando Rudyard Kipling escribió The Jungle Book en 1894 nunca habría imaginado que desde las páginas de su libro, Mowgli, un muchacho delgaducho y despeinado, había de convertirse en un héroe de dibujos animados junto a un oso juguetón y a una pantera con muchas cualidades. Por no hablar de Arthur Conan Doyle, que en 1887 creó a Sherlock Holmes, el personaje literario de investigador más famoso del mundo, que pronunció ante su amigo y asistente personal, el Dr. Watson, una frase que se hizo famosa y casi de uso habitual: “¡Elemental!”.

El cine, ya en las primeras décadas del siglo XX, se pobló de actores que armados de pipa y lupa tuvieron al público en vilo para resolver un “caso”, llevando a la pantalla su intuición y carisma. Y los dibujos animados también vistieron a ratoncitos y zorros con la capa del famoso investigador, llegando hasta el público más joven. Y aún podemos ir más atrás en el tiempo: ¿quién iba a decir que Hamlet, nacido en 1601 de la mano de William Shakespeare, había de inspirar, siglos más tarde, el nacimiento cinematográfico del león Simba, destinado a ser un gran rey? La verdad es justamente esta: cuando una historia inspira la imaginación, se queda en la memoria y sus personajes y aquello que dicen no se limitan a estar encerrados en las páginas; entonces todo empieza a moverse y puede convertirse en animaciones, películas, series de televisión… y no una sola vez, sino muchas, de generación en generación.